Adam Smith, en “la riqueza de las naciones”, muestra cómo la sociedad se conecta en una red perfecta, que sin proponérselo logra la riqueza de todos gracias al egoísmo y al deseo individual de bienestar; así se genera una competencia entre egoístas que logran crecer en conjunto y crear riqueza nacional, la famosa “mano invisible”. Para que esta red continúe siendo dinámica, es necesario dejarla sin obstrucciones o intervenciones, por eso “el gran enemigo del sistema de Adam Smith no era tanto el gobierno en sí como el monopolio, en cualquier forma que éste adoptase”[i]. Porque cuando en manos de una persona está la producción de un producto y no hay competencia, la empresa puede abusar del cliente aumentando o disminuyendo la calidad y precio del producto, entonces, el juez ya no es el comprador, sino el productor.
El Estado puede convertirse en un monopolizador del mercado. “Para él (Adam Smith) prácticamente toda intervención gubernamental – aparte del desempeño de funciones esenciales, tales como el mantenimiento de la ley y el orden, la administración de justicia y la defensa nacional – eran sospechosas”[ii]. Es indispensable entonces, la abstención de cualquier mano visible en la economía, y si el Estado es un posible monopolizador, debe retirarse y sólo ocuparse de determinados y específicos gastos públicos que, para Smith, son principalmente tres según el libro “Fisiocracia, Smith, Ricardo, Marx” de C. Napoleoni: En primer lugar están los gastos para la defensa, la administración de la justicia y obras e infraestructuras; segundo los gastos para la educación de la juventud y para la instrucción (religiosa) de los hombres y tercero los gastos para la dignidad del soberano. Gastos que deberán suplirse gracias al recaudo de impuestos sobre la renta principalmente y sobre el salario (según el salario del trabajador); aunque Smith aclara que los gastos de educación deben ser pagados principalmente por los interesados en recibirla.
De la teoría Smithiana, la mayoría de los estados mundiales (y en este orden mundial esta incluida Colombia) han tomado lo que les conviene y han desechado lo que no; cuando Adam Smith habla de los gastos públicos, que no son muchos, los países neo-liberales aceptan dichosos las pocas obligaciones y la libre competencia, que gracias a ésta justifican la inasistencia de las necesidades ciudadanas; “en una sociedad fundada en la libre competencia, la asistencia constituye una desviación inmoral del principio “a cada uno según sus meritos”[iii] . Pero en el tema de los monopolios, el mundo económico hace caso omiso de Smith, las grandes empresas buscan mantener el control total sobre un producto y no sólo en su país, sino también en el mundo entero, gracias a la globalización. Estas grandes empresas monopolizadoras son de carácter privado, pues ofrecen mejores y más eficientes servicios al fomentar una competitividad interna, que las empresas públicas no mantienen debido a muchos procesos oficiales que deben seguir y además no existe la presión de los jefes, ya que éstos no han invirtiendo de manera directa dinero y así también se da la corrupción.
Si el Estado pudiera administrar de manera ordenada y eficiente entraría a la competencia y así pondría garantizar el bienestar de la nación; en oposición a Smith, pienso que es necesario e indispensable que el Estado tenga el monopolio de las necesidades básicas para generar un mínimo de asistencia que dignifique a las personas que no pueden comprar salud, educación o servicios públicos. El nuevo orden global pretende privatizar todos los modos de producciones de bienes y servicios; ya son los estados los que deben ser atractivos para la inversión y así disminuyen los impuestos, cuando deberían ser los grandes monopolios los que se acoplen a las reglas arancelarias establecidas por un país.
Entre Adam Smith, el santo patrono de la economía y del capitalismo, y el sistema político-económico predominante en Colombia: el neo-liberalismo o liberalismo económico existió algún día el verdadero “mejor de los mundos posibles”: el Estado de bienestar o Estado asistencial: “En realidad, lo que distingue al Estado asistencial de otros tipos de Estado no es tanto la intervención directa de la estructuras públicas para mejorar el nivel de vida de la población, sino más bien el hecho de que tal acción es reivindicada por los ciudadanos como un derecho”[iv].
Andrea Arango Gutiérrez.
[i] Heilbroner, Robert, “Vida y doctrina de los grandes economistas”. Pág. 92.
[ii] William J. Barber, “Historia del pensamiento económico”. Pág. 52.
[iii] Bobbio, Matteucci, Pasquino, “Diccionario de política”. Gloria Regonni, “Estado de bienestar”. Pág. 552.
[iv] Bobbio, Matteuccio, Pasquino, “Diccionario de política”. Gloria Regonni, “Estado de bienestar”. Pág. 551.
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Hace 9 años
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