Nuestro hecho no sucedió en una noche oscura y fría. No, por el contrario, el asesinato ocurrió en un día cálido, con un sol nauseabundo, de esos que sólo dan ganas de tirarse a una piscina.
Héctor pasaba frente a muchas personas despertando diferentes reacciones. A veces, la genete se le acercaba, le pedían autógrafos o citas. Se tomaban fotos con él y le recordaban lo buen escritor que era. Para otras personas era un Don Nadie más que transitaba por las calles de Medellín, un sujeto que quizá ni sabría a donde ir. ¡Ja! Cómo se nota que no leían los periódicos.
Sin importar quiénes lo conocieran, qiuenes lo admiraran e incluso, quienes lo odiaran, Héctor seguía escribiendo con un estilo imperante, que no conocía miedos ni fronteras distintas a las que le dictaminaba su ética y su profesión. Día a día buscaba textos, artículos, conocimientos que validaran o destruyeran sus columnas. Era un verdadero ratón de biblioteca, se le podría ver muy seguido en la Piloto y en cuanto lugar existiese un libro. Siempre estaba pendiente de la actualidad, sin dejar pasar ningún hecho importante que fuera vital para la vida de los ciudadanos que vivían en su mismo país.
Así transcurría su vida de relator de la verdad, relativamente tranquila, exceptuando las rabias que le producía ver cómo se iba pudriendo poco a poco el Estado colombiano. Lo único que calmaba su ira era saber que no todos eran así y que él no sería otro más de los culpables por omisión.
Pero como nada bueno dura, Héctor no podía vivir mucho. Sus contradicciones constantes en contra del gobierno y de algunos gobernantes (de mucho poder por cierto) hicieron que su pluma dejara de escribir pero nunca lograron callar su voz de protesta y sus gritos de inconformismo.
Esta es una historia que ha salido enteramente de mi imaginación; pero tristemente, se ha visto más de un centenar de veces en Colombia, país de la "libertad de prensa y de la opinión".
Por Maria Clara Calle.
Héctor pasaba frente a muchas personas despertando diferentes reacciones. A veces, la genete se le acercaba, le pedían autógrafos o citas. Se tomaban fotos con él y le recordaban lo buen escritor que era. Para otras personas era un Don Nadie más que transitaba por las calles de Medellín, un sujeto que quizá ni sabría a donde ir. ¡Ja! Cómo se nota que no leían los periódicos.
Sin importar quiénes lo conocieran, qiuenes lo admiraran e incluso, quienes lo odiaran, Héctor seguía escribiendo con un estilo imperante, que no conocía miedos ni fronteras distintas a las que le dictaminaba su ética y su profesión. Día a día buscaba textos, artículos, conocimientos que validaran o destruyeran sus columnas. Era un verdadero ratón de biblioteca, se le podría ver muy seguido en la Piloto y en cuanto lugar existiese un libro. Siempre estaba pendiente de la actualidad, sin dejar pasar ningún hecho importante que fuera vital para la vida de los ciudadanos que vivían en su mismo país.
Así transcurría su vida de relator de la verdad, relativamente tranquila, exceptuando las rabias que le producía ver cómo se iba pudriendo poco a poco el Estado colombiano. Lo único que calmaba su ira era saber que no todos eran así y que él no sería otro más de los culpables por omisión.
Pero como nada bueno dura, Héctor no podía vivir mucho. Sus contradicciones constantes en contra del gobierno y de algunos gobernantes (de mucho poder por cierto) hicieron que su pluma dejara de escribir pero nunca lograron callar su voz de protesta y sus gritos de inconformismo.
Esta es una historia que ha salido enteramente de mi imaginación; pero tristemente, se ha visto más de un centenar de veces en Colombia, país de la "libertad de prensa y de la opinión".
Por Maria Clara Calle.
1 comentario:
"Yo vengo a hacer historia con un baño de rimas en tus lagunas mentales, para que hagas memoria"
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