viernes, 21 de noviembre de 2008

A la hora de vivir

Para mi amigo de la infancia,
Aunque quizá nunca llegue a leerlo.

El reloj de pulsera de Sara da las 4:40 a.m. como la hora para despertarse. Se levanta de su cama pasivamente y empezando, al igual que los días anteriores, con el pie derecho. Aunque un baño caliente la espera, está pensando en que la coge la tarde, o más bien, la madrugada.
Croissant, un poco de queso holandés, un huevo en cacerola y un chocolisto para empezar su día. Después de su corto desayuno se cuelga el portátil en su espalda y ya está lista para salir. Sólo le bastarán 10 ó 15 minutos para llegar a la universidad. Todo depende de qué tan rápido maneje hoy, aunque por su corta edad y por estar estrenando pase, lo más probable es que llegue antes de lo esperado.

Otro reloj, esta vez de mesa, marcan las 6:00 a.m. Pedro debe levantarse a comenzar su día. No piensa con qué pie empezar, sólo se prepara para recibir esa agua fría que le congelará hasta los pensamientos. Sale de la ducha y se viste rápidamente, mientras su arepa se está calentando. Quesito, mantequilla y un chocolate tibio serán sus acompañantes.
Son las 6:30 a.m. y Pedro ya está en la puerta de su pensión, dispuesto a salir a trabajar. El tiempo no le preocupa, pues sabe que llegará a la hora precisa a la empresa: 7:00 a.m. como en los últimos dos años. Además, en una mañana como hoy, lo preocupante es mojarse en el camino, no los minutos que se pueda demorar.

8:00 a.m. y Sara acaba de terminar su clase de seis. Busca algo que le quite el sueño ocasionado por su profesora, y junto con sus compañeros se sienta en una mesa a hablar de la vida, del periodismo, de política, de literatura, del mundo y de este famélico país. Hoy será un día largo, así que es mejor un buen cappuccino para resistirlo.

Las horas han pasado, rápida o lentamente, pero ya se fueron. El reloj marca las 12 m. Pedro, agotado y con ganas de almorzar, se va solo a la cafetería del frente de la empresa de plásticos en la que trabaja. Pide el menú del día y en esas llega uno de sus compañeros a hablarle de lo cansado que está y de lo mal que va la situación. Pedro, de manera simple, asiente mientras va masticando los fríjoles humeantes que hace un momento habían llegado a su mesa. A duras penas puede entender lo que pasa a su alrededor, él no está pendiente de la vida de otros que no sean su familia. La política, las guerras mundiales y la economía de las potencias es algo que para él ya no existe, se ha esfumado, al igual que el sueño de ser un profesional.

Sara, sonriente como los días anteriores, llega a comprar el almuerzo de hoy al restaurante de su facultad. Busca un lugar donde sentarse con sus compañeros, pero debido a que al medio día las bancas universitarias están con el cupo lleno, deciden sentarse en el piso del bloque 25, teniendo sumo cuidado para que el sánduche no vaya a derramar salsas sobre su computador.

4:05 p.m. Pedro para de trabajar por unos segundos, los dolores en su espalda cada vez son más fuertes y críticos. Eso de cargar cajas no le está conviniendo a su cuerpo. Sus compañeros de trabajo le dicen: "Pedrito cuidate, mirá que vos todavía estás muy chiquito y no te podés joder desde ya. Mirá que todavía te queda una vida por delante". "¡Cual chiquito!" -grita Pedro- "yo ya tengo 19 años y nada de niño. En cuanto a la vida, si va a seguir así, espero que no me quede mucha".

4:45 p.m. Las clases de Sara han culminado por hoy. Está algo cansada de cargar su computador, por lo que se queja constantemente. Antes de irse para su casa a dormir -porque un día así lo amerita- le propone a algunos de sus compañeros llevarlos a sus casas. Todos ya tienen cómo irse. En su interior, Sara se alegra, pues los capuchinos y los tintos del día no hicieron la labor que debían hacer y los abrebocas que consumió no le cerraron el estómago.

Son las 7:30 p.m., Pedro no deja de ver el reloj en la pared, sólo quiere que la máquina dicte las 8 para buscar algo de comida. Aunque ya terminó de montar todas las cajas que había en la bodega y ha cumplido las horas de trabajo de hoy, Andrés, su jefe, le ha pedido que se quede unas cuantas horas extras para arreglar las oficinas. Pedro, por recibir unos cuantos pesos demás, accede.

A las 9:00 p.m. Sara se levanta de su siesta e inmediatamente comienza a llamar a sus amigos para definir si hay o no hay salida esta noche. Después de unas cuantas telefoneadas, han decidido ir a la casa de Susana a catar unos vinos que su padre trajo en el último viaje a Francia. Pero antes de irse debe comer algo, no vaya a ser que se desmaye. Busca a su mamá y le pide que le caliente unos huevos con tostadas.

El tic-tac del reloj es lo único que le da la bienvenida a la pensión a Pedro. Él lo mira, son las 10:35. Busca algo en su vacía nevera. Sólo hay una naranja, una tajada de queso rancio y el trago de chocolate que dejó esta mañana. "Nada mal", dice sarcástico.

A las 11:00 p.m. Pedro, después de varios intentos, logra comunicarse con su familia que está en el pueblo en el que nació.
"¿Cómo estás mijito?", le pregunta su madre al otro lado de la bocina. "Bien mamá. Aquí las cosas están mejorando; no se preocupe que en muy poco tiempo voy a recoger la platica para que se vengan a vivir acá. Viejita mía, vas a ver que muy pronto las niñas, mi papá, usted y yo vamos a volver a estar juntos. Más bien cuénteme como van las cosas por allá ¿Esa gente ha vuelto por la finca?".
3 minutos después colgaron. Al hacerlo, un suspiro sale de la boca de Pedro, las noticias que le dio su madre no son para nada buenas.

Son las 11:30 p.m. y Sara ya está algo tomada, tener el estómago vacío le ha ayudado. No es la ocasión lo que la hace beber, pues a fin de cuentas, hoy es un día como cualquier otro. El tener la grata sensación de la uva fermentada en su paladar es lo que le impide ponerse límites, más de los que sus 18 años le permiten hacerlo.

Mientras Sara se extasiaba con cada sorbo, Pedro estaba dando vueltas en su cama sin poderse sacar de la cabeza lo que le dijo su madre, sin dejar de pensar cómo va a hacer el día de mañana para que las cosas cambien.

1:00 a.m. y Sara ya está en su cama, agotada y rendida. "¡Vaya vida la mía!", dice a manera de reproche, con su rostro mirando hacia el techo y preguntándose cómo será el mañana, si acaso no podrá mejorar.

Durante esos momentos de meditación de Sara, Pedro estaba en otro lugar de la misma ciudad, aunque no de la misma Medellín en la que vivía ella, cerrando sus ojos queriendo que toda su vida fuera tan sólo un sueño, un sueño que se acabara al despertar.

Por Maria Clara Calle.
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Esta es una historia inspirada en algo que de verdad está sucediendo. Pero al decir inspirada me refiero a todo el sentido de la palabra, con esta digo que hay cosas en el texto que sí son ciertas y otras que han salido de la loca cabeza de esta loca sujeta.

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